Nuestro cuerpo está diseñado para que con niveles altos de estrés disminuyan las posibilidades de que una mujer pueda quedar embarazada.

Se sabe que en épocas de guerras, escasez, o en situaciones críticas, los niveles de estrés aumentan produciéndose entre otros, desequilibrios en el sistema neuroendocrino que no solo afectan al estado físico y emocional sino también a las tasas de fecundación y natalidad que disminuyen de forma considerable por un proceso evolutivo de adaptación y supervivencia, a razón del alto coste que implica el embarazo.

En muchos casos coexisten el estrés y la infertilidad, sin embargo, en la mayoría de estos casos es el resultado de la misma infertilidad y es muy difícil señalar al estrés como única causa de infertilidad.

Sabemos que no es fácil desde lo emocional transitar un tratamiento de reproducción asistida, especialmente enfrentar un ciclo fallido de FIV, ya que los procesos son difíciles a nivel físico, psicológico y económico, esto puede incluso hacer que las mujeres sometidas a tratamientos de reproducción acaben abandonando dichos tratamientos, lo que indica el enorme estrés y frustración que aumenta durante el curso de los tratamientos.